“La
desnudez es una condición innata y necesaria del ser humano. Su cuerpo desnudo
es un vicio equiparable únicamente a la cajetilla de cigarrillos que guardo
siempre en el bolsillo izquierdo. El vicio perfecto; fumar cerca a ella y dejar al infame humo que
escapa huidizo de mi boca, pasearse por su cuerpo desnudo y mimetizarse con el
olor a sexo de la habitación, terminando en un brebaje gaseoso embriagante y
tan adictivo como ninguna otra sustancia. Tus caderas, tus muslos, tus tetas,
tus nalgas y mi cajetilla de cigarrillos…”
Encontré ese párrafo en una hoja manchada
hoy por la mañana en uno de los cajones de mi armario. Perdido… no, olvidado
más bien, entre mi ropa interior color gris. Toda gris, porque me gusta el
gris, porque desde que tengo recuerdo el cielo por lo general siempre es gris y
si está azul estoy tan cagado de los ánimos que me importa un cuerno y lo pinto
de gris para seguir sintiéndome mierda. Mierda! No recuerdo cuando lo escribí,
ni porque, ni quién es esa mujer de la que hablo de manera tan poco pudorosa y
describo al milímetro.
Sostengo el pedazo de papel manchado, un
ligero temblor en las manos que no es más que una manifestación más obvia del
galopante corazón que mantengo cada vez que releo aquel párrafo y algo me hace
sentir un vínculo extrañamente fuerte con esa mujer a la que describo y a la
vez, cual canto de sirena, una voz con aliento a café me susurra que no siga,
que no me dará la cabeza, ni la vida para averiguar la identidad de mi
protagonista.
Café? Sí café, e inmediatamente sospecho, corrección;
compruebo, que la mancha que siniestramente desafía el tiempo en aquel pedazo
de papel no es más que dicho líquido negro que tanto me agrada y que forma
parte de mi dieta básica diaria.
Acerco el papel y con él la deliciosa
mancha dibujada a mi nariz. Cierro los ojos y empieza el viaje, un viaje más
vertiginoso del que podría esperar. Como cuando tienes un auto viejo y
destartalado en el garaje sin utilizar hace mucho tiempo y un día cualquiera te
da por ver qué pasó con él. Con poca o ninguna esperanza, decides intentar al
menos encenderlo. Ante tu sorpresa, tras un momentáneo titubeo de la rebanada
de metal, enciende y de una forma más que aceptable, es entonces cuando te
maldices por no haberlo intentado anteriormente bajo circunstancias más
necesarias que en ésta ocasión.
La mancha de café me habla con el ligero
olor que aún se resiste a ser devorada por el olvido. Puedo sentir ese olor a
madera que inmediatamente me hace percibir aquel amargo tan delicioso en el
paladar, un toque a tierra, fuerte, indomable y un toque de cítrico en la parte
de los costados de la lengua. Quedo ensimismado, con el papel en la nariz y los
ojos bien cerrados para que mi boca pueda seguir sintiendo dichos sensaciones.
Por fin, arrastrada hacia el interior de
aquellos sabores, mi boca se anima a pronunciar algo que ni siquiera me dio tiempo
a pensar; “café africano”.
Y de
pronto abro súbitamente los ojos, como si esas palabras hubieran sido
pronunciadas por alguien más y no por mí. Y es que a veces, sólo a veces, mi
boca le gana a mi pensamiento o al menos se disocia de tal forma que empieza a
emitir sonidos sin que pueda percatarme o controlarla. Y es en ese preciso momento que me doy cuenta que una vez más, me salgo
del libreto y en lugar de averiguar la identidad de la mujer termino por
acostarme con una mancha de café. Mierda!
Es aún temprano para ponerse analizar, muy
temprano. Una noche más que prácticamente no duermo y aquí en la cocina con el
sol avanzando tras la ventana indicándome que ya son las 7 y debería iniciar
algún tipo de jornada rutinaria y aburrida como el común de los mortales.
Doblo el papel en dos tal cual lo encontré
y me sirvo otra taza de café para no quedarme dormido. Si no duermo en la noche
ya no puedo hacerlo en el resto de día, me parece inaceptable, impensable. Un
desborde letárgico innecesario que no es
compatible con la luz diurna. El buen dormir está casado con esa espesa y soporífera negrura que sólo
proporciona la noche y no pienso ser yo el hijo de puta que ocasione tal
divorcio. Aunque de todos modos ya los divorcié hace tiempo o al menos he iniciado una querella judicial
entre mi sueño y la noche.
Estrujo ligeramente el papel en mis manos e
intento volver a recordar el nombre de aquel cuerpo desnudo o al menos alguna
pista, un dato, un atisbo de bajo qué circunstancias o en base a que fue
escrito. Cierro los ojos y lo primero que aparecen son dos ojos azules… Maku?
Atte.
ESKOL.
ESKOL.